Pañol de la historia

Instructivo virtual de CYBER-CORREDERA para fortalecer la cultura naval 


LA ESCUELA NAVAL DE 1907 


Crónica escrita por el Coronel Leonidas Flórez Álvarez y publicada por "Memorial del Estado Mayor" órgano de divulgación militar del Ministerio de Guerra, en junio de 1942


LA FIRME VOLUNTAD DE RAFAEL REYES

Al pasar la guerra civil de los mil días, quedó nuestra patria agobiada bajo el peso de las ingentes cantidades de billetes sin respaldo alguno; su economía anquilosada, sus vías de comunicación, como en el tiempo de la colonia y desaparecidas las generaciones de hombres útiles. Como reacción natural, llegó a componer este caos, un gobernante inteligente activo el que logró unir las voluntades dispersas por odios agresivos y encauzó sus iniciativas por caminos de progreso. Este estadista, cuya memoria ha sido combatida, se llamó el General Rafael Reyes y para nosotros, los militares, su nombre será siempre respetado, porque entre los impulsos de su firme voluntad, tuvo cabida la reforma militar y la realización de mayor fuero, para darle consistencia a nuestra defensa nacional. 

Fundó las dos instituciones motrices: la Escuela Militar de Cadetes y la Escuela Naval Nacional. Para dirigir la segunda, contrató al competente marino Teniente de navío don Alberto Asmussen, de la armada chilena y fue destinado como local del nuevo plantel, un barco fondeado hacía mucho tiempo en la bahía de Cartagena, llamado Presidente Marroquín. Esta nave comercial, fue en su tiempo un barco intermedio de una compañía inglesa y por tanto su estructura carecía por completo de las características de las naves de guerra. Su estado era lamentable al instalarse el plantel; como quiera que jamás se pintara y permaneciera inmóvil, lentamente sufría los embates del tiempo y su obra muerta demostraba el abandono de cosa sin valor en que se le dejara; las planchas del casco se pudrían y de ellas colgaban espesos racimos de ostiones, rémora de todo barco fondeado indefinidamente.

 

NUESTRA MARINA A COMIENZOS DEL SIGLO XX

En esa época formaban nuestra marina de guerra, el Crucero Cartagena, construido en Italia para el sultán de Marruecos y cuyo nombre inicial fuera Anchiles; debido al tratado de Algeciras, que prohibió al sultán poseer barcos de guerra, pasó a la escuadra española, con el simbólico nombre de Blas de Lezo y ya con bastante uso, lo adquirió Colombia y se le bautizó Cartagena. Era un crucero de tercera clase de unas 3.700 toneladas, de buen andar, armado con cuatro cañones de 120 a babor y estribor y dos a proa y popa de 150, con un tubo lanzatorpedos de 18 pulgadas. Bien conservado habría sido una regular unidad bélica para nuestras necesidades; pero el abandono de toda máquina dejada a la buena de Dios, mermó su andar por novedades en las calderas, y luego los reformistas criollos retiraron las piezas, calculadas para su arquitectura y pusieron en sus costados cañones de 037, y en los extremos artillería muy pesada, porque según dijeron se dificultaba servir los cañones, que eran de sistema de saquete y cierre de tornillo. Al no calcular la estiba en esa reparación absurda, el desequilibrio de la nave, hacía que al navegar, se escoraba llegando a mojar las piezas de los costados; así, pues, el mar agitado ponía al personal en verdaderos aprietos. El barco estaba bellamente decorado, con versículos del Corán, altos relieves áureos en fondeo de cinabrio, y su cámara era lujosa y original.

El General Pinzón, fue en sus días un costoso yate de recreo perteneciente a un millonario americano y su nombre inicial fue Namuna. El motivo de ornato lo constituían buhos; existía uno modelado en bronce, parado sobre una media luna e instalado en la proa, otro en una fastuosa chimenea de cristal del salón, así como alegorías con estas aves nocturnas en las taraceas de los pisos, en baños lujosos. La nave fue rápida y airosa con sus tres palos y su esbelto bauprés, mas por el sistema de no someterlo a las obras de rutina, se fue arruinando lentamente hasta convertirse en maquinaria inservible o hierro viejo.

El Neli Gasha, fue un remolcador tomado en la última guerra civil a la revolución, barco que también sufrió la indiferencia oficial y por ende se acabó sin que prestase mayores servicios, sobre las aguas quietas de la bahía.

Cuando se estableció la Escuela Naval, el buque Presidente Marroquín recibió la capa de barniz como para presentarlo con decencia, pero todas las incomodidades inherentes a una vivienda flotante sobre abandonado pontón, padecimos quienes fuimos llamados por el gobierno como cadetes: en una cámara en la cual durante las horas de estudio y clase había más de cuarenta grados a la sombra, conocimos ese sopor que doblega los cuerpos; después escuchamos la voz de nuestros profesores en la cubierta, y en ella misma a la intemperie, dormíamos en la noche, llevando por cama un petate, una almohada y dos sábanas.

El personal directivo estaba integrado por el comandante, Teniente de Navío Alberto Asmussen, el subdirector, Coronel Guillermo Holguín Lloreda, el oficial de maniobras, señor Juan P.  Loiseau  y el contador señor Alfredo de Francisco. Más tarde fue designado subdirector, el hábil marino cartagenero Jonny Rodgers. Los oficiales de planta fueron los Capitanes Jorge Ramírez Arjona y Antonio Rojas y los Tenientes Alejandro Pescador y Alberto Gómez, ninguno de los cuales había adelantado estudios militares.

 

PROFESORES Y ALUMNOS

Los profesores fueron don Federico Núñez, institutor meritorio, don Francisco Cruz experto en matemáticas, el doctor Teofrasto Tatis, que a la par era médico de la Escuela, el químico italiano señor Geordanengo, don Leopoldo Klee, mecánico, y el contramaestre Juanillo Pérez, lobo de mar de la marina española.

Entre los cadetes fundadores y los que ingresaron después, alcanzamos la cifra de 34,  a saber: Ignacio Moreno, Eduardo de Heredia, José Luís de Betancourt, Severo A. Sanclemente, Luís Domínguez Sánchez, Polo y Leonidas Fiares Álvarez, José Prudencio Padilla, descendiente directo del Almirante Padilla, Arturo Luján, José María García Herreros, Aurelio Linero, José Antonio Noguera, Froilán Valenzuela, Virgilio Mastrodoménico, Francisco Prieto Lesmes, Pablo Emilio Nieto, Luís María Galindo, Antonio Polanco, Adalberto Padrón Rada, Álvaro Rebolledo, Jorge Rodríguez Chiary, Daniel Coronado Suárez, Cesar Cárdenas Mosquera, Daniel y Numa P Maestre, Ramón Mercado Varela, Manuel Durán Rojas, Jorge Moya Tovar, Juan Federico Gerlein, Lázaro Vélez, Mario Caicedo, Pablo García Franco, José Manuel Racedo y Juan de Dios Jaramillo.

La falta de homogeneidad en lo que se refiere a este personal, la disparidad en los estudios preliminares que hubiesen hecho, la desproporción en las edades y su diversa procedencia, dificultó la iniciación de las tareas. Fue menester empezar por clases elementales, como aritmética, álgebra, geografía, geometría, dibujo, maquinarias, nomenclatura marítima, para seguir después con trigonometría, física, química, idiomas y navegación.

 

EL FINAL DE UNA ILUSIÓN

Los ejercicios eran violentos y la vida incómoda; se carecía de elementos indispensables como agua dulce para el baño, y así los menos animosos, fueron dejando la Escuela. En enero de 1909 quedábamos diez, y pasamos a la Escuela Militar, José Luís de Betancourt, quien ha sido conocido ampliamente en el mundo literario, con el pseudónimo de Dmitre lvanovich y el que esto escribe. Después, los ocho restantes, viajaron cuatro a España y cuatro a la armada chilena, a terminar sus estudios; los primeros, Pablo Emilio Nieto, Francisco Prieto Lesmes,  Luís María Galindo y Juan Federico Gerlein, y los segundos, Virgilio Mastrodoménico, Froilán Valenzuela, Mario Caicedo y José Antonio Noguera.

Desarmados los barcos de nuestra flota y vendidos como hierro viejo, estos marinos comandaron pequeños guardacostas que celaban el contrabando, pero se llegó el momento en que ni esos minúsculos barcos existían, y la marina colombiana quedó en receso. El único de los marinos que llevado por su recio espíritu profesional, siguió trabajando en compañías inglesas y americanas fue Froilan Valenzuela, hombre tesonero y laborioso.

 

TREINTA Y CUATRO AÑOS DESPUÉS

El paso de treinta y cuatro años disgregó a los treinta y cuatro cadetes —hojas que lleva el vendaval de la vida—— y los aventó a lugares muy diversos: uno, llego a Ministro de Estado y a curules del Congreso, el General Ignacio Moreno; otro, ha sido representante, Eduardo de Heredia; Coronel en servicio, el que esto comenta, Mayor ya fallecido, Aurelio Linero; otro es comerciante de gran capital, Pablo García Franco. En cambio han muerto, trágicamente, Cesar Cárdenas Mosquera, Daniel y Numa P. Maestre, Juan de Dios Jaramillo, José Manuel Racedo y Antonio Polanco. Muertos a causa de enfermedades, Francisco Prieto Lesmes, Jorge Moya Tovar, Polo Flórez Álvarez y Ramón Mercado. El poeta Dmitri Ivanovich, se convirtió en dirigente comunista en los Estados Unidos y los restantes en actividades de diversa índole. En servicio, como marinos, únicamente se hallan los Capitanes de fragata Luís María Galindo en el Estado Mayor General, y Froilan Valenzuela en el Comando de la 6a Brigada, y el Capitán de corbeta, bastante delicado de salud Virgilio Mastrodoménico.

 

NUESTROS MARINOS NO ERAN MARINOS

Nuestra marina nunca ha tenido la preeminencia que en todas las naciones se le da; no obstante de ser geográficamente un país marítimo por excelencia, hemos sorteado las calamidades de los pueblos pobres y mal orientados; escasez de presupuestos, abandono y peor aún, incomprensión. Para que se juzgue cómo eran los comandantes de los barcos colombianos, la anécdota siguiente explica mejor que una laboriosa historia. Cuando el crucero Cartagena, se hallaba en auge, recientemente llegado de una de esas costosas reparaciones que le hacían en el extranjero, arribó el buque-escuela de México, en viaje de estudios a nuestro primer puerto. En tal ocasión sirvióse un banquete en nuestra nave insignia. Departía el Comandante colombiano, señor Angulo, con el marino azteca, y de pronto anotó el colombiano:

---   Cuando me gradué en Bogotá….

---  ¡Cómo! ¿En Bogotá está la Escuela Naval de ustedes?

---   No, respondió de Angulo: es que yo soy dentista…

Nuestros marinos podían ser de todo: comerciantes, políticos, abogados y dentistas, pero... no eran marinos.

Las naves encomendadas a su celo e incompetencia, sin que se les hicieran las reparaciones anuales que les son indispensables, por falta de presupuesto, iban desmejorando; las máquinas descentradas, los cascos cubiertos de óxido y para terminar sobre la bahía, como despojo flotantes de un naufragio.

 

NECESIDAD DE UNA MARINA DE GUERRA 

Sin duda una marina es carga pesada para la economía de un pueblo, debido al costo de las unidades y a la reparación metódica que requieren, pero en cambio la potencialidad de un país y la respetabilidad que adquiere entre las demás naciones, depende en gran parte del poderío de sus flotas; una nación dotada por la naturaleza de grandes costas y de posición geográfica importante, forzosamente ha de ser naval, pese a todas las erogaciones por cuantiosas que sean. 

Además la marina de guerra es la base de las marinas mercantes, porque preparan un personal nacional técnico para nutrirlas y difundir el espíritu marinero. Los barcos llevan la bandera por todos los puertos del mundo: Inglaterra, los Estados Unidos y el Japón, en sus comienzos tuvieron que luchar y sufrir para conquistar las altas posiciones en el mundo, y España perdió sus inmensas colonias, cuando dejó de ser potencia naval, y no obstante que en estos tiempos el inusitado desarrollo de la aviación amenaza a las escuadras, éstas serán y continuarán siendo el arma valiosa, pero eficiente esgrimida por las democracias, en su lucha por la libertad humana. Podrán cambiar los medios y sistemas, pero el submarino y el portaaviones dirán la última palabra en el conflicto más grande de la historia.


Investigación de Jorge Serpa Erazo    


A los marinos de Colombia se dedican estos trabajos de investigación.  Los PAÑOLES DE LA HISTORIA, son un  homenaje al pasado que como el mar, es infinito e inescrutable, pretendiendo rememorar la historia, convirtiendo la pluma en espada, los argumentos en un cañón y la verdad en un acorazado.


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