20-11-06

COMPLEJIDAD Y CONFLICTO ARMADO

El presente escrito afirma la existencia de un conflicto armado en Colombia y rechaza las visiones que pretenden simplificarlo. Es verdad que nunca hay dos conflictos iguales, ni la paz se hace de igual forma en dos conflictos. Pero lo particular del conflicto colombiano es su larga duración, su complejidad y su relativa baja intensidad. Estas tres características lo hacen esencialmente distinto a otros conflictos similares y ellas mismas se determinan entre sí y se retroalimentan. La larga duración ha hecho posible que cambien y se hagan más complejas las razones que le dieron origen y las dinámicas que lo perpetúan. Su baja intensidad ha evitado un desenlace rápido, le imprime un ritmo inercial y lo ha prolongado en el tiempo. Su complejidad entrecruza intereses, obliga a sus protagonistas a obstruirse entre sí, enreda una solución pronta y alarga el conflicto. De todas estas complejidades trata de manera muy sugerente y profunda el presente ensayo.
 
De la complejidad del conflicto colombiano no hay ninguna duda, salvo de parte de quienes lo ignoran por completo. La confusión esta permanentemente en la ruta de su entendimiento. Tanto que podría decirse que quienes no se declaren recurrentemente confundidos es porque en verdad no han entendido nada. En Colombia hay cuatro actores principales involucrados en el conflicto armado: el Estado, la guerrilla, los paramilitares y el narcotráfico. Cada uno de ellos tiene metas distintas, muchas de ellas incompatibles entre sí. Cada uno tiene conflictos distintos con los otros tres, pero muchos de estos conflictos se conectan entre sí y se superponen. Pero para enfrentar esto múltiples conflictos también se pactan alianzas entre estos actores, unas ocasionales, otras de más aliento. No obstante, los actores no son sujetos homogéneos pues al interior de cada uno hay conflictos con respecto a sus propios objetivos y al comportamiento frente a otros actores. Toda la anterior complejidad habría que multiplicarla por dos si tenemos en cuenta que cada relación conflictiva se desarrolla en dos escenarios, uno local y otro nacional, que muchas veces obedecen a lógicas diferentes. Y, como lo señala el ensayo, todas estas conexiones ocurren independientemente de la voluntad de los contendientes, pues, ante su falta de solución, al conflicto se suman nuevos actores, nuevos problemas y nuevas disputas.
 
La prolongada duración del conflicto en Colombia también se explica porque sus actores han caído recurrentemente en lo que ellos denominan la " trampa de la confrontación" que es aquella situación en la que lo que más importa es que el adversario no gane, aún cuando para lograrlo se ponga en riesgo la propia victoria. Y esto parece ser lógico desde cierta visión de la economía del esfuerzo, dado que, en principio, siempre se necesitará más empeño en realizar las propias metas que en impedir que el adversario logre las suyas. Paradójicamente podríamos decir que en la base de esta actitud yacen percepciones antagónicas del tiempo, pero también hay limitaciones voluntarias de propósitos.
 
En efecto, para el Estado, que maneja su tiempo a través de administraciones que duran cada una cuatro años, el horizonte temporal está marcado por este límite. Debido a la acendrada tendencia de cada nuevo gobierno hacia la "fracasomanía" de la que hablara Hirshman, según la cual todo lo anterior estuvo mal hecho y solo lo propio es bueno, la continuidad en la dirección y el tamaño del esfuerzo no ha sido la norma entre las distintas administraciones. Estas se han limitado en la mayoría de los casos a mantener controlado el orden público, en una actitud más conservadora y pasiva que en una audaz y ofensiva. Así, la longitud de la onda del esfuerzo ha tenido esa corta duración de un cuatrienio. Lo que tal vez le ha impedido a los adversarios del Estado coronar sus planes con éxito, sin que ello signifique una victoria del Estado.
 
Por su parte, la guerrilla, principal opositor armado del Estado, también ha caído en la trampa del conflicto pero a partir de una visión diametralmente opuesta del tiempo. Para ella, en su visión rural del mundo, este no es un recurso escaso sino ampliamente disponible. Intensificar el esfuerzo para ahorrar tiempo no parece ser algo muy lógico si se tiene todo el tiempo del mundo, máxime si esa aceleración implica asumir riegos que se pueden evitar. Esta actitud también está muy ligada al alma campesina de la guerrilla que siempre prefiere la seguridad al riesgo: es mejor una cosecha regular pero cierta cada año, que la promesa de tres cosechas buenas pero inciertas.
 
De otro lado, los paramilitares parecen haber limitado sus objetivos a frenar el crecimiento de la guerrilla y a ganar cierto poder local, sin cuestionar el poder nacional del Estado, y los narcotraficantes se han dedicado a eludir la acción de la justicia y a realizar negocios indistintamente con la guerrilla y con los paramilitares sin tratar de imponerse pero evitando ser absorbidos totalmente por ellos.
 
Esta labor de obstrucción simultánea de todos, para el logro de las metas de los otros, crea una situación de empantanamiento y caos en la cual "el descontrol de la situación será su propia naturaleza". Comprobar este descontrol apunta precisamente a contrarrestar las visiones voluntaristas que tanto abundan en nuestro medio, según las cuales el solo deseo de hacer las cosas o la voluntad de solucionarlas, es suficiente. La complejidad del conflicto colombiano conduce a que éste se conduzca a su propio modo, independientemente de la voluntad de los agentes implicados y convierte las intenciones de estos en "mera especulación". Esto sucede porque el sistema de guerra o la guerra en red crea su propia dinámica y su propio tiempo. En efecto, la guerra se desarrolla y se reorganiza independientemente de la voluntad de los contendientes, burlándose muchas veces de los planes mejor concebidos, de las metas mejor señaladas y de los propósitos mejor construidos. Lo inesperado siempre está a la vuelta de la esquina y sus efectos crean nuevos escenarios que nunca hubieran podido ser imaginados.

Todo esto no tiene que significar necesariamente que estamos ante un conflicto eterno y sin salida, o frente a un caos irresoluble. Más bien significa que nuestro conflicto no resiste ni las miradas simples, ni las soluciones simples. Que son necesarias lecturas complejas y soluciones complejas. Que ningún esquema es de antemano aplicable, ni para administrar el conflicto ni para resolverlo. Que la flexibilidad de pensamiento debe ir acompañada de la resolución de la voluntad y de la continuidad del esfuerzo. Y que, obviamente, el nudo gordiano de este conflicto tan complejo no es desatable exclusivamente con la política de la espada, sino que requiere necesariamente de la espada de la política. Tantos intereses, objetivos, fuerzas y expectativas entrecruzados exigen para la búsqueda de una solución una inmensa dosis de capacidad y de imaginación política. Lo cierto es que al final del día se trata de buscar una solución que deje a todos insatisfechos, porque ninguno logró todo lo que deseaba, pero que al mismo tiempo deje a todos tranquilos y seguros, porque todos alcanzaron algo irrenunciable que los motivó a involucrarse en el conflicto.

Fundación Seguridad y Democracia