Pañol de la historia

Instructivo virtual de CYBER-CORREDERA para fortalecer la cultura naval   


HISTORIAS RECÓNDITAS DE LA INDEPENDENCIA 


Trabajo presentado por Jorge Serpa Erazo, Vice-presidente del Consejo de Historia Naval de Colombia, 

para ingresar a la Academia Colombiana de Historia Militar

 

El principal propósito de este modesto trabajo es ofrecer un relato diferente sobre una época de nuestra Patria, pretendiendo mostrar sin apasionamiento, y con el mayor respeto por nuestra historia, algunos hechos olvidados, marginados o pretermitidos. Abordo este tema, porque he dedicado algún tiempo a investigar el trasfondo de la Historia de nuestra independencia, su escenario y sus protagonistas, de cuyos orígenes, evolución y consecuencias se cumplen dos centurias.

No es está dentro de los objetivos de este aficionado por la historia, concluir que nuestra independencia fue prematura o descalificar a nuestros próceres, héroes y mártires. Solo pretendo relatar con la mayor fidelidad, pero abusando de la infinita paciencia de los aquí presentes, otra historia de la independencia y también mostrar que muchas de sus peculiaridades se repiten a diario en los acontecimientos del pasado y presente colombiano.

 

RIVALIDAD PENDENCIERA    

Como todas las cosas que han sucedido en nuestra querida Colombia, la independencia también nació o surgió de la rivalidad entre dos corrientes que se disputaban el poder: “criollos” y “chapetones”.  Valga la pena acotar que esta tendencia pendenciera entre dos fracciones se ha mantenido desde entonces: Años más tarde, en lo que se denomina “Patria Boba”, la división fue entre centralistas y federalistas; en los primeros años de la República, el país se enfrentó entre Santanderistas y Bolivarianos; años más tarde la joven nación se fraccionó entre “radicales” y “regeneradores”; el siguiente conflicto estalló entre “nacionalistas” e “históricos”.  Así, con enfrentamientos y desavenencias entre dos grupos, muere el siglo XIX y nace el XX,   con una guerra donde lucharon los liberales (que a su vez, estaban divididos entre los “pacifistas” de Miguel Samper y los “guerreristas” de Uribe Uribe y Benjamín Herrera) con los conservadores de Caro, Sanclemente y Marroquín.

Luego de la guerra de los “Mil días”, la contienda política se torna sangrienta al final de la hegemonía conservadora en 1930, cuando se enfrentan en los campos y ciudades, los liberales inspirados por López Pumarejo y los conservadores orientados por Laureano Gómez, es decir un conflicto interno, que terminó cuando se firmó el pacto de Sitges que creó el Frente Nacional. 

El enfrentamiento y rivalidad entre Criollos y Chapetones, nació y fue creciendo por la disputa y competencia generada entre ellos por la vinculación a los cargos burocráticos que tenía el virreinato. Vale la pena anotar, como lo manifestó Laureano Gómez en un escrito titulado “Una cultura conquistadora”, el 20 de julio de 1810, empezó el 6 de agosto de 1538, cuando se fundó a Santa Fe, ya que con Jiménez de Quesada llegaron los insospechados creadores de una oligarquía, que dos siglos y medio, más tarde, se revelaría contra sus antepasados a quienes debía sangre, religión y estilo. Cuando esta oligarquía creyó estar madura y se consideró poderosa, hizo la revolución.

 

PRIMER ENFRENTAMIENTO ENTRE "CRIOLLOS" Y "CHAPETONES" 

La abundante historia escrita sobre los antecedentes del 20 de julio, en algunos aspectos se ha falseado, para presentar como la principal causa que motivó nuestra independencia, el argumento altruista de la Libertad. Pero, además de la burocracia hubo otras cosas que también originaron la gestación de la independencia, como la prohibición de matrimonio entre los funcionarios de la corona y de sus hijos con las criollas, por encumbradas que fueran. Esta causa, quizás, fue el primer enfrentamiento entre realistas y criollos, cuando en 1729, el oidor Jorge Miguel Lozano de Peralta se opuso al matrimonio de su hijo José Antonio con la distinguida criolla María Josefa Caicedo y Villacís, hija y heredera única del distinguido criollo Francisco de Caicedo y Pastrana (heredero del mayorazgo fundado en el siglo XVI por Francisco Maldonado de Mendoza, de 45 mil hectáreas, las cuales sirvieron de dehesa a la capital del virreinato para alojar el ganado que subía desde el valle del Magdalena), quien se había casado con la quiteña Josefa de Villacís, hija del presidente, gobernador y capitán general del Nuevo Reino Dionisio Pérez Manrique. 

José Antonio, el frustrado pretendiente, fue desterrado por su padre, el oidor, a Honda, donde fue incomunicado en un colegio religioso y María Josefa ingresó a un convento en Santa Fe, donde tuvo que vestir los hábitos religiosos con el nombre de Sor María Josefa de San Joaquín. Aunque el matrimonio se realizó contra viento y marea, intervinieron, el poder de la corona española con la potestad del mando, la rebeldía de los criollos con las herramientas del poderío económico y las influencias del mayorazgo y la iglesia que terciaron a favor de los novios frustrados, debido a que el cura de la catedral Francisco Javier Beltrán Caicedo los unió por medio de un poder tramitado secretamente, cuya validez fue cuestionada por el oidor Lozano de Peralta, pero en últimas, el arzobispado decidió este impasse ratificando la bendición del cura Caicedo.  

Este frustrado matrimonio fue el verdadero “Florero” de la Independencia, dio inicio al enfrentamiento en la colonia, de dos fuerzas, que entonces empezaron una rivalidad pendenciera: chapetones y criollos.      

 

LOS COMUNEROS Y EL MARQUES MOROSO 

Años más tarde, en 1768 el hijo de esta pareja, Jorge Miguel Lozano de Peralta, con el mismo nombre de su discriminador abuelo, se enfrentó con el español José Groot de Vargas, por que éste, en pleno cabildo, cuando se discutía un asunto del virreinato, le gritó que “tenía mancha de la tierra” y era “enemigo de los chapetones”. De inmediato, para acusar al oidor Groot ante la corte y obtener una justa reparación, el oidor Lozano de Peralta solicitó permiso para viajar a España, pero se le negó. Sin embargo, en septiembre de 1772, de la corona española le llega una compensación muy especial, el título nobiliario de Marques de San Jorge y se compromete a consignar el tributo correspondiente, bastante oneroso. Pero Lozano de Peralta, utiliza el título que le permite llegar a ser alcalde de Santa Fe y no cancela el impuesto nobiliario. La Real Audiencia, le notifica que si no pagaba no podía ser Marqués, a lo cual, Lozano de Peralta responde que él no tenía por qué pagar lo que se merecía.  El Marqués de San Jorge fue demandado por el pago de tales derechos y siguió usando el título. 

Con el fin de atender asuntos relacionados con la imposición de nuevos tributos reales, es decir, lo que ahora, en nuestros tiempos, se llama reforma tributaria y  para estudiar el caso del Marqués de San Jorge, la corona española envió al regente-visitador Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres. La inclemente actuación alcabalera de Gutiérrez de Piñeres fue la gestora, en las breñas de Santander del movimiento Comunero, cuando Manuela Beltrán y el Zarco Ardila rompen el edicto con los nuevos impuestos gritando: ¡Viva el rey, muera el mal gobierno!  Este grito fue estimulado desde Santa Fe, por el propio Marqués de San Jorge, principal afectado con la visita del Regidor por los nuevos tributos que gravaron sus propiedades e ingresos y la amenaza sobre su marquesado que estaba en entredicho, porque envió a los revolucionarios del Socorro, a través de Manuel García Olano, administrador de correos, cuñado de su hija Josefa Lozano, noticias, pasquines e instrucciones para la incipiente revolución.

Cuando quince mil Comuneros marchan hacia Santa Fe, liderados por Berbeo y Galán, el Regidor Gutiérrez de Piñeres, protagonista de la revuelta, parte presuroso hacia España. Ante la gravedad de los hechos, el gobierno del virreinato, para detener la protesta marchante envió al oidor Osorio con cien soldados, que fueron hechos prisioneros sin disparar un solo tiro. Solo el ayudante del oidor Osorio logró escapar y llevar a la capital la noticia.

Amenazada Santa Fe, se logra por acuerdo dialogar en Zipaquirá, donde el 14 de mayo de 1781, se dieron cita las autoridades del Nuevo Reino y la “chusma” revolucionaria. El Arzobispo Caballero y Góngora con su comitiva partió hacia aquel lugar, consagrado como la primera zona de distensión para atender también la primera mesa de diálogo ubicada en la casa cural, llevando como asesores al Marqués de San Jorge y al cuñado de su hija, el famoso administrador de correos. En otras palabras, Lozano de Peralta y García Olano, estaban jugando en los dos bandos; por un lado asesoraban al Arzobispo y, por el otro, en entrevistas secretas, realizadas en el campamento de los Comuneros, aconsejaban a Berbeo y Galán. Como las conversaciones no llegaban a ningún acuerdo, por insinuación de los dos asesores, se llegó a las famosas Capitulaciones, tal como lo refirió el historiador Manuel Briceño. Después de una espera dilatoria, el 6 de junio, la real audiencia, aceptó y aprobó el texto, pero en acta secreta también declaró su nulidad, aunque con misa solemne y juramento de las partes, se ratificó el acuerdo en Zipaquirá. Ese fue también el primer acuerdo de paz.

Al término de las conversaciones Lozano de Peralta fue ovacionado por los Comuneros. Meses después cuando a Caballero y Góngora le llegó su designación como Virrey, ató varios cabos que tenía sueltos en su memoria e inició un proceso contra su ex asesor García Olano y envió en 1773, una carta al Conde de Floridablanca, donde manifestó entre otras cosas: “…procuro desde mi ingreso en este mando ratificarme más y más en los crímenes que acusaban a don Manuel García Olano administrador de Correos de esta ciudad, cuya conducta en aquel desgraciado tiempo siempre me fue sospechosa, por sus producciones, correspondencia y descubierta parcialidad que manifestaba con los sediciosos del Socorro…” 

El 22 de agosto de 1786, luego de varias quejas y acusaciones que llegaron a la corte española para investigar y aclarar su participación en la revolución comunera, el Rey, de manera directa, ordenó al Arzobispo y Virrey proceder a juzgar al Marqués de San Jorge, quien fue detenido en el ayuntamiento durante el proceso. Tres años más tarde, la corte ordenó que el reo fuera trasladado a España, pero estando en Cartagena, le decretaron libertad incondicional y allí se quedó a vivir hasta su muerte en 1793, ocurrida en el convento de la Recolección de San Diego, sin familiares y amigos, pues su hijo mayor José María se encontraba en Santa Fe y Jorge Tadeo, el menor, estaba en España desde 1786, donde ingresó como cadete al Real Cuerpo de Guardias y más tarde, obtuvo el grado de Alférez de Fusileros y fue vinculado a la sexta compañía del Regimiento de la Guardia Real Española, allí prestó servicios hasta el 21 de junio de 1794. Durante tres años, Jorge Tadeo Lozano, reside en París, aprende el idioma francés y visita algunos países europeos, para regresar a la Nueva Granada en 1797.

   

NARIÑO Y LA CAJA DE DIEZMOS 

Cuando a mediados de 1789, españoles y criollos organizan el recibimiento del nuevo Virrey José de Ezpeleta, dos distinguidos criollos, José María Lozano y Antonio Nariño, son los encargados de planear y coordinar los ágapes, como alcaldes de recepción, que incluyeron opíparo banquete (cuyos platos se adornaron con felpillas), velada de fuegos artificiales en la plaza principal (hoy plaza de Bolívar) y paseo de tres días al Salto de Tequendama, con estadía bailable en Soacha y minué en el paraje de Piedra Ancha, con parada musical, al regreso, de estancia en estancia, que totalizó, para entonces la escandalosa cuantía de 4.646 pesos, sufragados con recursos de la Real Audiencia. Cuando El Virrey Ezpeleta conoció la cifra gastada en su recibimiento, ordenó un tope máximo, de dos mil pesos, para este tipo de festejos.  

Días más tarde, los frutos de la pomposa recepción se empezaron a ver.  Antonio Nariño fue ratificado en el cargo de Tesorero de la Caja de Diezmos, que ocupaba en calidad de interino y en contra del cabildo eclesiástico. En mayo de 1791 obtiene, además, el nombramiento como miembro de la junta de policía y, antes de terminar el año, se le designa regidor y alcalde mayor principal de Santa Fe.  Por otro lado, José María y Jorge Tadeo Lozano, hijos del frustrado Marqués de San Jorge, solicitaron a través de Ezpeleta la restitución del título que su padre había ostentado y les fue concedido (pagando por anticipado dicho privilegio), recibiendo Jorge Tadeo, por sus servicios en la Guardia Real, la rimbombante ñapa de  Vizconde de Pastrana. 

A las 10 de la mañana, del 29 de agosto de 1794, el oidor criollo Mosquera y Figueroa con un grupo de guardias al mando de un cabo de tropa, llega a la casa de Antonio Nariño, por instrucciones del Virrey Ezpeleta, para detenerlo por desfalco a la Caja de Diezmos, de la cual era tesorero, por la suma de noventa y dos mil pesos, seis reales con siete y cuarto de maravedíes. El Contador de cajas reales y miembro delegado de la Junta General de Diezmos Martín de Urdaneta, quien también acompañó al oidor, procede a supervisar la diligencia de entrega de la Tesorería de Diezmos, por parte de Antonio Nariño, quien tiene un exiguo saldo de quinientos treinta y tres pesos. En la misma comisión dos canónicos de apellidos Echeverri y Palacio, miembros del cabildo eclesiástico, reciben el Libro de Distribuciones con anexos y demás documentos relacionados con el caso, y quedan guardados bajo llave, en una de las habitaciones de la residencia de la familia Nariño, custodiada por dos guardias. El mismo día le embargan al ex tesorero sus inmuebles y en horas de la noche es enviado al regimiento de caballería. El 6 de septiembre los dos canónicos manifiestan a la Real Audiencia que, dado el monto del descubierto, Nariño debe entregar al cabildo la totalidad de sus bienes.

Durante sus declaraciones y descargos, que se iniciaron el 2 de septiembre y terminaron el 24 del mismo mes, Antonio Nariño declara su total adhesión al soberano español, pide perdón y cae en profunda depresión. En la investigación es vinculado Juan Nariño Álvarez, a quien le embargan una finca de su propiedad, pero declara contra su hermano manifestando entre otras cosas que “la palabra (de Antonio), es enteramente despreciable”.  

Mientras se adelanta la investigación del desfalco, aparece otro cargo contra Antonio Nariño, que lo vincula como presunto traidor a la corona, al haber utilizado la imprenta de su propiedad para publicar una traducción de los Derechos del Hombre. Ante la gravedad de los dos delitos, solicita los servicios de los más importantes abogados criollos, pero Tomás Tenorio y Camilo Torres se niegan a defenderlo. En la carta que Camilo Torres le envió a Nariño, entre otras cosas manifiesta: “…El crecido número de causas de pobres, las más de ellas criminales, de que me hallo encargado, la estrechez de un término de veinte días, por los cuales, según he oído, se ha recibido a prueba con calidad de todos los cargos, y la delicadeza y gravedad que pide…no me permiten hacerme cargo de la defensa de usted… En esta atención devuelvo a usted la instrucción para que usted en vista de mis razones ponga los ojos en otro letrado. Dios Nuestro Señor guarde a usted muchos años. Santa Fe, agosto 7 de 1795. Besa la mano de usted su más atento servidor, José Camilo Torres.  Esta circunstancia, sin duda alguna, es el primer acto de rivalidad pendenciera entre Centralistas y Federalistas, la primera guerra civil, que caracterizaría la muy famosa y bien llamada “Patria Boba”.     

Nariño no tenía defensa.  Entonces como último recurso, la misma Real Audiencia obligó al abogado José Antonio Ricaurte, a asumir, de oficio, la difícil y complicada tarea. El reo en su declaración manifestó que la publicación no se distribuyó y fue quemada en el patio trasero de su casa. Además en la exhaustiva pesquisa adelantada por las autoridades, no se encontró ningún ejemplar de los Derechos del Hombre.

Al término de la investigación la Real Audiencia condena al Precursor de la Independencia a diez años de prisión en África, confiscación de todos sus bienes y al extrañamiento para siempre de cualquier territorio de la corona española.

En este punto, vale la pena anotar, con motivo de la conmemoración de los doscientos años de estos hechos, sería importante desempolvar los documentos relacionados con el caso de la Caja de Diezmos que reposan en el Archivo Nacional, donde se concluye que el alcance de Nariño, después del remate de sus bienes quedó en 67.764 pesos, tres reales, treinta y dos y tres cuartos maravedíes. Para llegar a esta cifra, el contador Romero Martínez investigó 314 iglesias, diligencias en las cuales gastó más de seis años.          

En cumplimiento de la sentencia, Nariño parte hacia Cádiz, a través de La Habana, pero se evade al llegar a la península española; se esconde en Madrid algunos días en la casa de Jorge Tadeo Lozano, quien allí residía y, luego, para evitar ser detenido y de pronto ejecutado por el delito de fuga, recorre Francia e Inglaterra, en busca de apoyo para gestar un movimiento en la Nueva Granada que permita la independencia de España. Estas gestiones le permiten obtener, para la historia, el reconocimiento como Precursor de la Independencia, título que se disputa y comparte con el venezolano Francisco de Miranda. En abril de 1797, aparece en Santa Fe y se oculta en su casa, más tarde empieza a ocultarse en las casas de sus amigos, pero al fin decide entregarse utilizando como intermediario al arzobispo Martínez Compañón.  Como está aún vigente la condena de “extrañamiento perpetuo” o sea de extradición vitalicia, su esposa, doña Magdalena Ortega y Mesa, ocho años mayor que su marido (hija del administrador de la real renta de aguardientes, alcalde, corregidor y comandante general de Popayán), logra negociar con las autoridades del virreinato, que a cambio de colaborar con la justicia y las autoridades del virreinato, la pena se cambie. Esta figura jurídica, que muchos creíamos propia de la época actual, aparece en nuestra historia desde entonces. La Audiencia acepta, pero a Nariño no le concede la cárcel por casa y es recluido de nuevo en el cuartel de caballería.

 

DOÑA MAGDALENA Y JORGE TADEO 

Uno de los criollos con quien se entrevistó Doña Magdalena, y que le sirvió de “palanca”, ante las autoridades españolas, especialmente con el Virrey Mendinueta, fue el recién llegado y atractivo Vizconde de Pastrana y Alférez de la Guardia Real, Don Jorge Tadeo Lozano. Hace cinco años, la historiadora Carmen Ortega Ricaurte, al posesionarse como miembro de número de la Sociedad Nariñista, en un trabajo que tituló El enigma del medallón, señaló que un retrato de Doña Magdalena Ortega y Mesa de Nariño, pintado por Joaquín Gutiérrez en 1803, al ser restaurado en 1982 por el experto en arte y restauración Adaúlfo Mendivil, u pañolón que cubría su cuerpo había sido pintado posteriormente, para ocultar un medallón que mostraba a un caballero de casaca española y patillas. Al principio las directivas de la Casa Museo del 20 de Julio”, dijeron que se trataba de don Antonio Nariño, pero más tarde, ante la inquietud histórica, Guillermo Hernández de Alba y Fernando Restrepo Uribe, autores de la Iconografía de Antonio Nariño y recuerdos de su vida, afirmaron que se trataba de don Jorge Tadeo Lozano. La pregunta que surgió entonces fue: ¿que hacía don Jorge Tadeo Lozano en el pecho de doña Magdalena de Nariño y por qué se trató de ocultar esta imagen pintando luego un oscuro pañolón?  La respuesta, la dio doña Carmen Ortega Ricaurte al afirmar que entre los dos había surgido un romance o affaire inocultable. Además, Antonio Nariño no era el padre, ni podría serlo, de sus dos hijas, porque estuvo detenido desde catorce meses antes del nacimiento de Mercedes hasta veintidós meses después de la llegada de Isabel y en esa época no había lo que hoy se llama “visita conyugal”. El mismo Nariño en carta de febrero 6 de 1800 se queja diciendo: “Que no se me tenga sepultado en mi encierro, privado de la comunicación de las gentes e inhabilitado para atender a la subsistencia de mi familia”. Vale la pena observar que para la época de los acontecimientos doña Magdalena de Nariño tenía 37 años y su amante 26, es decir, la hermosa dama era mayor que su amante 11 años.                       

 

NARIÑO Y LOS ANTECEDENTES DEL 20 DE JULIO

En 1803, en reemplazo del Virrey Pedro Mendinueta llega Antonio Amar y Borbón, quien mantiene las disposiciones de su antecesor con respecto a Nariño. Pasa el tiempo, y el 22 de agosto de 1805, Antonio Nariño llega a un acuerdo con sus fiadores y abonadores de la Tesorería de Diezmos, para en el lapso de 10 años, pagar a cada uno lo que le corresponda, pero esta circunstancia no motiva al nuevo Virrey para cambiar. Nariño, 10 meses después, el 30 de junio de 1806 solicita al Virrey, le conceda la gracia para “…que pueda personalmente agitar mis cuentas, recaudar mis bienes y dependencias y pagar con sus productos a mis fiadores y abonadores”. Amar y Borbón traslada la solicitud a la Audiencia, quien a través de oidor Juan Hernández de Alba, con fecha 16 de agosto, expide concepto negativo, diciendo: “La solicitud de Nariño se opone a la naturaleza de la causa que se le ha seguido. En las de esta clase jamás se accede a la libertad de los reos…La gravedad de estos asuntos no permiten otra cosa que la observación de la ley”.  

Fueron muchas las cartas y los lamentos que Antonio Nariño envió al Virrey. En una de ellas, el precursor de la independencia, expresa: “imploro con lágrimas en los ojos la piedad del representante del soberano”, pero nadie se conmueve, hasta que enferma. Solo ante el temor de que muera en la cárcel, le conceden libertad condicional en 1806.  Ha pasado nueve años en prisión y en su nueva vida, respirando aire puro, recibiendo horas de sol y viviendo en un lugar menos húmedo, la tuberculosis incipiente desaparece. Sin embargo, el 23 de noviembre de 1809, en horas de la madrugada, se le reduce de nuevo a prisión y lo envían a Bocachica. La causa, una reunión con el canónigo Andrés Rosillo que se comentará más adelante.

No hay, a la fecha resolución sobre el problema de los Diezmos, pero a favor de Nariño viene la revolución. Son las vísperas del 20 de julio.

 

LA CRISIS ESPAÑOLA

El 19 de agosto de 1808 se conoce en Santa Fe la crisis española, motivada por la invasión de las tropas napoleónicas y la abdicación del rey Carlos IV, quien con su familia es llevado a Bayona. El reino español entra en crisis total y se crea un Consejo de Regencia. La reacción popular en las colonias contra la invasión napoleónica es total. Es el momento en que se unen “chapetones” y “criollos”, como exactamente, siglo y medio más tarde, lo hicieron liberales y conservadores para crear el Frente Nacional.  En un almacén de miscelánea localizado en la esquina de la Calle Real, frente al costado norte de la Catedral y diagonal a la Plaza Mayor, de propiedad de José González Llorente, que con el tiempo se fue convirtiendo en tertuliadero, se conocen de primera mano las noticias y chismes sobre lo que acontecía en la península.   

El 11 de septiembre, el Virrey Amar y Borbón y el delegado especial enviado por el Consejo de Regencia José San Llorens, presiden el juramento público a Fernando VII, con misa de Acción de Gracias, retretas, salvas de cañón, iluminación nocturna y acuñación de monedas conmemorativas. Los dirigentes criollos fueron muy expresivos al afirmar su total lealtad al nuevo rey y el cabildo reunido al día siguiente aprobó un acta que entre otras cosas manifestó: “La ciudad proclama con entusiasmo al señor don Fernando VII y su cabildo, que se halla profundamente reconocido a los paternales desvelos del gobierno, desea manifestar estos sentimientos dando señal de estimación a su enviado capitán de Fragata José San Llorens, enviado por la Suprema Junta de Sevilla”.  El acta está firmada, entre otros, por José Acevedo y Gómez, Camilo Torres, José Gregorio Gutiérrez, Nicolás de Rivas, José Ortega y Mesa y Jerónimo de Mendoza y Galavís. Al término de la sesión, se ofreció un refresco en la casa de Nicolás Rivas, donde Frutos Joaquín Gutiérrez, futuro revolucionario, expresó:

Tus vasallos, señor, están clamando

No tener otro dueño que Fernando

Ese mismo día, en triste coincidencia muere el sabio José Celestino Mutis, sin que nadie, a excepción de tres de sus discípulos, se ocupara de velar y acompañar su cadáver hacia el sepulcro. También con él moría la famosa Expedición Botánica. 

Luego que en Chuquisaca, Quito, Caracas y otras capitales los criollos establecieran juntas de gobierno, en Santa Fe, se empieza a conspirar. En la casa del canónigo Andrés Rosillo se realizan las primeras reuniones como lo reveló más tarde a los regentes, fiscales y oidores, José de Leyva. El canónigo Rosillo, para entonces estaba acusado ante el Virrey Amar y Borbón, por el esposo burlado de doña Luz de Obando, de ser su amante, de vivir juntos descaradamente, generando uno de los mayores escándalos de la época. Es importante destacar que en el momento en que Rosillo padecía el alboroto social por su pecaminosa relación con la señora de Obando, aceleró la agitación política como estrategia para tratar de sofocar el escándalo. El virrey desterró a doña Luz a Villa de Leyva, muriendo misteriosamente días más tarde. La pregunta que de inmediato surge es, si el canónigo Rosillo conspira contra Amar y Borbón por ideales altruistas y patrióticos o es el desquite por el destierro de su amor.  Asustado y azorado solicita una audiencia con la virreina, que le fue concedida, para manifestarle que ante los hechos ocurridos en España, él estaría dispuesto a apoyar un movimiento en el Nuevo Reino de Granada para proclamar al señor Antonio Amar y Borbón y a su esposa como reyes. Además le ofreció el apoyo de treinta mil hombres armados, a cambio de dinero que no concretó.  

Por esos días entra a la casa del canónigo Rosillo, un criollo vinculado e investigado por varios delitos y que está en la mira del virrey Amar y Borbón; es Antonio Nariño. El chisme se riega en Santa Fe, llega a oídos de la Real Audiencia y del Virrey, quien ordena detenerlo junto con Rosillo, el 23 de noviembre de 1809. Estas detenciones fueron también resultado del Memorial de Agravios, redactado por Camilo Torres, que dos días antes se firmó por los criollos en el cabildo y se envió a la Suprema Junta Central de España. Desde ese momento, las reuniones del cabildo se convirtieron en grescas y riñas, donde en lugar de argumentos y principios imperaban las bofetadas, como el enfrentamiento que terminó a trompadas entre el regidor Bernardo Gutiérrez y el oidor Ignacio Herrera. De las manos luego se pasó a las armas. Así nacieron odio y lucha entre criollos y peninsulares.

 

¿FLORERO O RAMILLETE?  

El Memorial de Agravios, hizo referencia de manera cruda y abierta a una tiranía que llevaba 300 años, donde había opresión económica, explotación de los criollos en beneficio de la corona española, veto general para ocupar los principales cargos en el gobierno granadino, etc.

Con este trasfondo, el 1º de marzo de 1810, zarpa de Cádiz, en la goleta la “Carmen” el comisionado regio don Antonio Villavicencio, nombrado por la Junta Suprema de Sevilla, para calmar los ánimos que en las colonias se estaban exasperando. Villavicencio, había nacido en Quito, pero siendo muy niño se radicó en Santa Fe, con sus padres don Fernando de Villavicencio, conde del Real Agrado, contador de las Cajas Reales de Quito y de Joaquina Berástegui, hija del oidor Antonio de Berástegui y María Dávila y Caicedo, es decir, está emparentado con los Caicedo, con los Azcárate, con los Vélez, con los Sanz de Santamaría y con los Lozano; además había estudiado en el Rosario. Más tarde viajó a Madrid donde se vinculó a la marina real, habiendo obtenido en 1800 el grado de alférez de fragata.  En 1802 es ascendido a alférez de navío y en 1804, siendo teniente de fragata luchó contra los franceses a órdenes del Mariscal Wellington. Como Villavicencio viene enviado por la corona pero está emparentado con lo más granado de la sociedad neogranadina, los criollos deciden ofrecerle un banquete en la casa de su pariente José Sanz de Santamaría, sin invitar a ningún chapetón. 

Santa Fe para entonces contaba aproximadamente con veinte mil habitantes, tenía 28 iglesias, cuatro plazas principales (la Mayor –hoy Plaza de Bolívar; San Francisco -hoy Parque Santander-, San Victorino y Las Cruces), el cementerio se llamaba la “Huerta de Jaime” que es hoy el Parque de los Mártires. Los límites capitalinos eran: por el sur, Las Cruces; oriente, Egipto; norte, San Diego y occidente La Capuchina.

El comerciante José González Llorente, quien había llegado en 1779, estaba casado con la dama criolla María Dolores Ponce de León, hija de Luís Ponce de León y María Ignacia Lombana, de ascendencia santandereana. A su negocio, convertido en tertuliadero, entraban americanos y españoles a comprar y a vender; a prestar dinero, a cobrar y a pagar.      

Aunque la tradición señala un florero como el objeto que motivo la revuelta, los documentos que refieren el caso, relacionan unos “adornos para la mesa”. José Acevedo y Gómez, refiere: “A las doce del día 20, fue don Luís Rubio a pedir prestado un ramillete a don José González Llorente… Llorente le negó con excusas frívolas: se le dijo que era para disponer la mesa que se le preparaba en obsequio del diputado regio don Antonio Villavicencio y respondió que él se c… en Villavicencio y en todos los americanos.  De igual manera, otros escritos coinciden en un centro de mesa para colocar un “ramillete”, además es poco creíble que en las opulentas casas de algunos criollos no existiera un florero para adornar una mesa. También varios cronistas refieren que la víspera del 20 de julio, el observatorio fue el lugar de una reunión a la que asistieron Camilo Torres, los Morales y Caldas, para organizar la pelea con Llorente, versiones que carecen de credibilidad, por cuanto, nadie tenía la certeza de cómo Llorente iba a reaccionar, si era amigo de todos.

José Acevedo y Gómez refiere a Luís Rubio como el encargado de solicitar el adorno de mesa y no a los Morales. Vale la pena comentar que el florero actualmente exhibido en la Casa Museo del 20 de Julio, tiene alegorías monárquicas lo cual no estaba a tono con el homenaje que los criollos le ofrecían a Villavicencio. Una leyenda de Fidel Pombo, de 1886, para un catálogo del incipiente museo de la independencia, expresa: “Taza de loza fina con las armas de España en relieve.”

 

EL 20 DE JULIO Y SUS PORMENORES  

Lo cierto es que, entre las once y las doce, de aquel 20 de julio, Francisco Morales y sus dos hijos tienen un altercado con González Llorente, que de los insultos, pasó a los golpes, y en la calle se inició un motín, donde el grito predominante ”mueran los chapetones”, se acompañó con una lluvia de piedra contra el almacén. El primero en hablar ante la turba fue José Miguel Pey, quien pidió serenidad y señaló que González Llorente sería llevado a la cárcel. Hasta aquí la intervención inusitada del pueblo raso, luego, la chusma motivada por José María Carbonell vocero de la oligarquía criolla, empieza a recorrer las calles gritando: “Cabildo abierto” “Mueran los chapetones”.

El virrey Amar y Borbón, en la casa virreynal, reunido con Juan Sámano, comandante de la guarnición militar de Santa Fe, decide mantener la calma, mientras obtiene información sobre el desarrollo de los acontecimientos y, los criollos, por otro lado se reúnen en el cabildo donde solicitan la creación de una junta de gobierno, pero reina el desorden e imperan los gritos.  En la Plaza Mayor, el mercado, después de medio día los toldillos se levantan y los campesinos parten para sus parcelas. En definitiva, aunque en el acta del cabildo se habla de “nueve mil personas”, la verdad la señaló el semanario “EL Mosaico” con la siguiente acotación: “…Llegada la noche parecía el juicio, y había en la plaza no más de sesenta individuos, pues hasta las señoras habían tomado partido”, que concuerda con lo manifestado por Acevedo y Gómez: “Los hombres más ilustres y patriotas asustados, se habían retirado hasta los retretes más recónditos de sus casas”.

Este es el escenario para la primera y única actuación pública del comerciante criollo José Acevedo y Gómez, señalado como el tribuno del pueblo, para salir al balcón y manifestar aquella frase que aún retumba en los anales de nuestra Historia: “…Si perdéis estos momentos de efervescencia y calor, si dejáis escapar esta ocasión única y feliz, antes de doce horas seréis tratados como insurgentes. Ved las cadenas y los grillos que os esperan”.   

En estas circunstancias se eligen los miembros de la Junta Suprema de Gobierno. El cronista Caballero, testigo presencial, relató: “El pueblo con cualesquiera arengas que decían en el balcón los de la junta u otros, todo se volvía una confusión. Cuando unos decían “muera”, otros gritaban “viva”. Unos pedían una cosa, otros otra, a nadie se le oía a la perfección”. Acevedo y Gómez, por su parte dijo: “Formé la lista de los diputados, en medio del tumulto y de la confusión”

Hacia las dos de la mañana, se estableció que la junta debería tener un presidente que fuera el jefe del gobierno revolucionario. Para sorpresa de muchos Camilo Torres y Acevedo y Gómez propusieron que para ocupar esta importante posición nadie más apropiado que el mismo Virrey Antonio Amar y Borbón, es decir, a la misma persona que estaban derrocando.  La propuesta fue votada y por aclamación se proclamó al excelentísimo señor Amar y Borbón, presidente del nuevo gobierno. De inmediato se nombró una comisión para informar al Virrey que había sido nombrado presidente de la junta que lo había derrocado y que requerían de su presencia para que prestara juramento. Y viene lo más insólito, Amar y Borbón, se presentó a las tres de la mañana y juró. En medio de este proceso, se configura también un auto-golpe. Pero este engendro revolucionario solo duró cinco días, por cuanto gobernar con Amar y Borbón era incómodo para todos, entonces el “pueblo soberano” nombró una comisión para detener al virrey y a la virreina.  

El 26 de julio la Junta Suprema de Gobierno, ante las presiones y acontecimientos que surgen, designa a José Miguel Pey, nuevo jefe de gobierno y el 14 de agosto, Antonio Amar y Borbón y su esposa Francisca de Villanova salen de la Casa de la Aduana, que se les había asignado como cárcel y regresan a la casa virreinal para empacar sus pertenencias, pues debían regresar a España. Al abrir sus baúles, la virreina no encontró sus preciadas joyas y el virrey sus doblones. En las paredes ya no estaban colgados los cuadros y algunos muebles habían desaparecido. Se conoció más tarde, que en la casa del criollo Pedro Lastra estaba la vajilla, la cristalería y algunos adornos. Una gargantilla de perlas y un vistoso aderezo de esmeraldas figuraron en la relación de las joyas que con 83.984 pesos en doblones fueron depositados en la Casa de Moneda.  Cuando el 27 de abril de 1811, la Fiscalía de Hacienda dio la orden de desembargar las joyas de la ex virreina, ante los reclamos del abogado Felipe de Vergara, apoderado que había dejado antes de la partida de Amar y Borbón, no había nada que devolver.    

 

LA PATRIA BOBA

Con la expulsión de Amar y Borbón empieza un gobierno de seis años: del 15 de agosto de 1810 al 6 de mayo de 1816, conocido como la “Patria Boba”.  El primer acto del gobierno independiente fue cuando el Presidente de la Junta Suprema, Don José Miguel Pey, le notifica al pueblo desde el balcón: “Retiraos y que no se oigan más en adelante las tumultuosas voces de ”el pueblo dice, el pueblo pide, el pueblo quiere”.

Gobiernan los criollos, pero Nariño sigue preso en Bocachica. Sus amigos y parientes que están en la Junta Suprema de Gobierno, se hacen los de la vista gorda. Saben que si Nariño viene a Santa fe, les dañará la fiesta.  Solo la intensa gestión durante dos meses, de sus familiares más próximos ante la Junta, permite su regreso, pero esta le pone una condición, que tiene que ver con la Caja de Diezmos. Debe presentar una fianza como “deudor fallido”. No son los chapetones quienes le enrostran su pecado, ni es la publicación del panfleto con los “Derechos del Hombre”; son los mismos criollos, que le reviven su pasado. El 8 de diciembre Nariño llega a Bogotá.

Las provincias rivalizan entre sí y empieza a reinar la anarquía. Frutos Joaquín Gutiérrez, miembro de la Junta Suprema de Gobierno manifestó: “Ochenta días han corrido. Nuestra libertad está en problemas y la felicidad nos es desconocida. Yo me creo obligado a pronunciar la verdad por triste y amarga que sea… Las provincias, desconfiadas unas, envidiosas otras, orgullosas de su libertad pero sin ilustración, abatidas, sin política han formado del Nuevo Reino de Granada un teatro oscuro donde se ven, en contradicción, todas las virtudes y todas las pasiones”.

 

PRIMER CONGRESO Y PRIMERA CONSTITUYENTE

El 22 de diciembre se instaló el primer Congreso Nacional de nuestra historia, conformado únicamente por seis representantes de las provincias a saber: Camilo Torres, Manuel Bernardo Álvarez, el canónigo Andrés Rosillo, Ignacio de Herrera, León Armero y Manuel Campos, con la secretaría de Antonio Nariño. Como sus deliberaciones se convirtieron en enfrentamientos personales, se liquidó y a principios de 1811, se eligió una junta de notables para organizar una constituyente. Los notables convocaron el Colegio Constituyente Electoral, donde asistieron cuarenta y dos delegados que aprobaron el 26 de marzo la primera Constitución, con trescientos artículos, en donde, para diferenciarse del tirano gobierno desterrado, se suprimieron algunos impuestos y se bajaron otros, lo que iría a quebrar las finanzas públicas, también se crea el Estado Soberano de Cundinamarca y al Rey de España, Fernando VII, se le proclama rey de los cundinamarqueses y a Jorge Tadeo Lozano, presidente.              

Con Te Deum, música y toros, el 20 de julio de 1811, se conmemoró el primer año de la independencia, pero el presidente Jorge Tadeo Lozano (Jorge I como le decían sus malquerientes), está desesperado en el cargo, habiendo declarado, días antes, que prefería la cárcel a su despacho.  Así los acontecimientos, el 19 de septiembre, cuando en el palacio de los virreyes, sesiona el congreso en pleno los “pateadores” o centralistas, dirigidos por José María Carbonell, agitan a la chusma y con algunos soldados se toman la vieja casa donde están reunidos los congresistas y piden la cabeza del presidente. Jorge Tadeo Lozano renuncia a su cargo y es reemplazado mediante votación acelerada y tumultuosa por Antonio Nariño. Como vigilantes y compromisarios de la elección actuaron Manuel Pardo y Pedro Groot, nariñistas de primera clase. Días antes, el 16 de junio, Magdalena Ortega de Nariño había fallecido en Bogotá. En el número 3 de La Bagatela, Antonio le hace un panegírico a su fallecida esposa, pero en lugar de mencionar su nombre, lo cambia por el de Emma. “Oh mi Emma, tu habitas ya en un eterno silencio; tu alma partió mis penas y mis placeres…”   Este panegírico, no se sabe aún, si es un elogio o un desquite.

Lo primero que hizo Nariño de presidente, fue llamar al orden a las provincias, centralizar el gobierno en Santa Fe y ejercer el mando sin depender de la corporación que lo eligió. Esto no fue de buen recibo en el congreso que era federalista y estaba influenciado por Camilo Torres, quien por esos días redactaba en 78 artículos, el acta de la Confederación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, que le devolvía el poder al congreso y fue firmada por la mayoría de los congresistas, pero la corporación se dividió, cuando el 4 de diciembre, Antonio Nariño expide un decreto de indulto general, que desde luego lo beneficiaba a él personalmente, en el caso de la Caja de Diezmos. Seguidamente, solicitó que con el dinero retenido a Amar y Borbón, y depositado en la Casa de Moneda se le indemnizara. El apoderado del ex virrey, Felipe de Vergara se atraviesa argumentando que la prisión de Nariño fue ordenada por la real Audiencia y no por el virrey. De inmediato Camilo Torres, Frutos Gutiérrez, Joaquín Camacho y Acevedo y Gómez lo tildaron de usurpador, tirano y ladrón y se pasaron a la oposición.

 

CENTRALISTAS v/s FEDERALISTAS

A estas alturas, la mayoría de los criollos estaban decepcionados del 20 de julio y de sus protagonistas.  Las provincias empezaron a distanciarse del gobierno centralista de Nariño, argumentando que Antonio Nariño quería debilitar las comarcas soberanas para entregarlas al poder español. En el nor-oriente las provincias de Tunja, Girón y Pamplona hacen caso omiso del poder central y no acatan sus órdenes, entonces, el presidente de Cundinamarca, envía una expedición militar al mando de Joaquín Ricaurte, pero al salir de Santa Fe se cambia de bando. Una segunda expedición comandada por Antonio Baraya, al llegar a Tunja se convierte en federalista. Seguidamente Baraya organiza una reunión en Sogamoso a la cual asisten, entre otros,  Francisco José de Caldas, Rafael Urdaneta, Francisco de Paula Santander, José María Ricaurte y Atanasio Girardot, para organizar la lucha contra Nariño y sus centralistas.

Ante la crisis, que no tiene salida, Nariño renuncia inicialmente el 12 de febrero, luego el 4 de marzo y posteriormente el 18 de mayo, pero en ninguna de esas fechas, le aceptan la renuncia al no haber persona alguna que se preste a reemplazarlo. Ante los hechos y la insistencia de Nariño, el congreso encarga a don Manuel de Castro, señor adinerado, que vivía solo en una casa grande con una perra. Cuando lo llamaron para asumir la presidencia del Estado Soberano de Cundinamarca, expresó que no podía ir, hasta tanto no terminara de espulgar su perrita. Gobernó el señor Castro, hasta el día que llegó un ultimátum del general Antonio Baraya, donde le solicitaba que para evitar derramamiento de sangre entregara la presidencia. En ese momento los centralistas sacaron de su finca de “Fucha” a Antonio Nariño y lo restituyen en el poder, con plenos poderes dictatoriales. Así se celebra el segundo año del 20 de julio.

Baraya empieza el regreso a Bogotá con más de dos mil hombres. Las primeras escaramuzas en el trayecto, dan la victoria a los federalistas. Los santafereños se alistan construyendo barricadas en las calles, apoyando al ejército y rezando. Antonio Nariño, le da el título de General de su ejército, a la imagen de Jesucristo que se venera en la iglesia de La Veracruz. Cuando las tropas de Baraya ingresaban a San Victorino, el disparo de un viejo cañón escondido en una casa, hizo que las tropas federalistas entraran en desbandada y la primera guerra civil de nuestro país se acabó. Un cronista relata que esta guerra civil no era una guerra entre hermanos. Era una guerra entre hermanos, primos hermanos, cuñados, sobrinos y parientes próximos.  También es importante anotar que desde esa primera guerra civil, los campesinos de todo el país pasaron a tener una circunstancia nueva; de ahí en adelante quedaron a merced del gobierno de turno que los empezó a reclutar para combatir por la “libertad”, la “patria”, la “legitimidad”, y en nuestro tiempo por “la seguridad democrática”.

 

EL HIJO REALISTA DE NARIÑO

El 15 de julio de 1813, el colegio electoral se volvió a reunir para definir la total independencia de España.  Por cuarenta y ocho votos contra dos, se aprobó la moción a favor de la separación total de España y Fernando VII dejaba de ser rey de los cundinamarqueses.  En agosto de 1813, Gregorio Nariño, segundo hijo del presidente, llega a Santa Fe como enviado secreto del virrey don Francisco Montalvo, quien estaba en Santa Marta, con la misión recóndita de persuadir a su padre para que a través de negociaciones, el Nuevo Reino de Granada volviera al dominio español, donde habría perdón y olvido para los revolucionarios. Aquí aparece por primera vez, en nuestra Historia, una de las tantas fórmulas políticas implementadas para lograr un proceso de paz, como ocurre en el presente.  

La misión de Gregorio es casi exitosa, pues la experiencia en la presidencia le permite a Nariño pensar que, de pronto, esa era la solución para salir del caos y acabar con la crisis que en todo sentido agobiaba a la joven nación.  “Es preciso obrar con extrema prudencia, porque estando disociadas las provincias, esta empresa no estaba en sus manos y convenía antes dejar templar la efervescencia”, fueron palabras que Antonio Nariño le expresó a su hijo Gregorio y confirman la tónica en que estaba el precursor por aquellos días.    

Pasado el tercer aniversario del grito de independencia, Nariño parte hacia el sur, con el fin de detener las fuerzas realistas, que al mando de Juan Sámano, iniciaban la marcha para restablecer la autoridad española. En las primeras batallas el precursor triunfa, pero en las cercanías de Pasto es derrotado y hecho prisionero por soldados de Aymerich. Es el momento en que Nariño formal y abiertamente presenta una formula para llegar a un armisticio con los españoles. La caída de Nariño y su propuesta de tregua y negociación son un golpe muy duro para los centralistas y motivo de esperanza para los españoles.

Aparece entonces Simón Bolívar en Cartagena y entra en contacto con Camilo Torres residente en Tunja, para someter a Santa Fe, gobernada por Manuel Bernardo Álvarez, tío de Nariño. Para entonces, el pueblo santafereño, ante tantos problemas, era más realista que patriota. Bolívar, con sus “negros” venezolanos, que era más temido que los mismos españoles, convino con los federalistas que si había resistencia en Santa Fe, se tomaría la ciudad a sangre y fuego. La capital resistió por unos días el asedio del caraqueño, pero se rindió. La toma de Santa Fe fue despiadada y estuvo acompañada de saqueo y violaciones. No se salvaron, la hacienda Hierbabuena, la casa de Camilo Torres, el observatorio astronómico (donde destruyeron algunos trabajos de la Expedición Botánica allí guardados), La Chamicera y La Estanzuela y matan a los criados de José Nicolás de Rivas.  El 12 de enero de 1815, regresa a la capital Camilo Torres con sus amigos para establecer un gobierno federalista.      

 

ESPAÑA Y LA INDEPENDENCIA AMERICANA

En la Historia y reseñas sobre la Independencia, se conocen más las acciones militares e individuales, que las motivaciones económicas, políticas, sociales y la situación internacional del momento, que favorecieron el apoyo y desarrollo del proceso independentista. Es importante destacar, mirando al otro lado del océano o la otra cara de la moneda, que hasta un partido de oposición surgió en España que simpatizó con la revolución de las colonias, lo cual indica que la Revolución del Riego de 1820, no fue un hecho aislado o de generación espontánea.     

Este singular movimiento político de oposición surgió en 1812, a raíz de la Constitución de Cádiz y permitió, tímidamente, la representación popular de las colonias españolas. Los documentos al respecto, que reposan en el Archivo General de Indias, en Sevilla, revelan que el movimiento de oposición liberal rechazó el uso de las armas de la Corona Española, para doblegar y someter las provincias insurgentes y fue una especie de “quinta columna”, aportando a la lucha americana elementos decisivos para el éxito final.

A este partido antagónico de la corona, se sumaron personas significativas de los diferentes estamentos españoles, pues el General Rafael del Riego y Núñez, principal protagonista del alzamiento liberal de Cabezas de San Juan, fue desde sus inicios un fervoroso simpatizante, pero luego del fracaso de la reconquista española, pasó a ser uno de sus integrantes secretos, dado el agudo enfrentamiento con el monarca Fernando VII.

La agitación en las colonias convencía al partido oposicionista y las alarmantes noticias que llegaban de América le daban la razón. Además, los movimientos independentistas encontraron benevolente acogida –abierta o solapada- entre las principales potencias europeas y los Estados Unidos, países que aspiraban a romper el imperio colonial que solo beneficiaba a España e impedía la expansión comercial.  La situación internacional presagiaba el ineludible desprendimiento de las colonias americanas, por la débil posición de Fernando VII en el campo internacional, la situación interna originada por su régimen absolutista y de terror en la misma España y la carencia de recursos para doblegar la insurrección de sus colonias. Todo lo anterior indica que no existía un mejor momento histórico para la terminación del imperio español, ni más propicio para la emancipación.

El exagerado sentido nacionalista, ha deformado el cuadro de la independencia americana. España perdió la batalla como también la perdieron las otras potencias colonialistas: Inglaterra, Francia, Bélgica y Holanda; y los métodos represivos que también utilizaron para exterminar los movimientos rebeldes, poco se diferenciaron y no fueron menos sangrientos que los españoles. La oposición al imperialismo tiene también raíces históricas en España, como el inconformismo del dominico Fray Bartolomé de las Casas, los manifiestos del Conde de Aranda y los muchos vaticinios que se hicieron sobre la pérdida de sus colonias, por la rigidez de la sociedad española, la pesadez de su burocracia, las arraigadas tradiciones feudales y la ceguedad de los gobernantes que impidieron se realizaran cambios en la política hacia sus colonias.

 

LA RECONQUISTA ESPAÑOLA CON "PERDÓN Y OLVIDO"

La primera duda que surgió en la corte, con respecto a una “solución militar” para rescatar las colonias, fue si esta la debía realizar el Ejército o la Armada. La derrota de Trafalgar había casi terminado el poder naval de España y su recuperación exigía tiempo y muchos recursos. Entonces Fernando VII, después de escuchar a sus asesores concluyó que la acción militar debía basarse en acciones de tropa terrestre. Desde 1812, la corona española había enviado a ultramar 12 expediciones: entre ellas, cuatro a Nueva España, cuatro a Montevideo, dos a Lima, otra a Maracaibo y la última a Costafirme. Esta sería la número 13, que en los medios proviceros, tenía ya la suerte echada y fue motivo que muchos argumentaron para no participar de manera voluntaria en la expedición. 

Algunos analistas de la historia agregan a la lista de errores cometidos por España, la designación de Pablo Morillo como jefe de la reconquista peninsular. Aquí se requería más un político que un soldado. Pero se escogió al general Morillo, por recomendación de la Junta de Generales reunida en julio de 1814. Morillo, era uno de los mejores generales de España.        

En pocos meses las autoridades militares lograron reunir en Cádiz más de 12 mil hombres, en infantería, caballería y artillería, con experiencia militar en combate.  Muchos veteranos aún jóvenes, habían participado en la lucha contra Napoleón. También consiguieron buques de escolta y transporte.

Los ministros de la corona creían que la expedición militar, no podía infundir miedo y terror, el principal papel era despertar simpatía entre los americanos amigos de la corona, y… realmente los había. Era importante tratar a los criollos como hermanos. A Morillo se le insistía emplear “todos los medios de dulzura, que mencionara una amnistía general, perdón y olvido para los americanos que abandonen las fuerzas rebeldes, entreguen lar armas y se vinculen a las tropas realistas”. Estas frases ahora tan de actualidad, permiten reflexionar sobre su eficacia. 

El 17 de febrero de 1815, zarpa de Cádiz la expedición militar española, al mando del General Pablo Morillo, con destino a Montevideo, pero luego de varios días de navegación, el comandante le informa a su tropa que el destino es la Capitanía de Venezuela, noticia que casi crea un motín. El primero de abril, extrañamente, el ministro español Lardizábal, expedía un decreto ascendiendo a Morillo al grado de Teniente General.

 

LAS PRIMERAS MASACRES Y LOS PRIMEROS VIOLENTOS 

La flota expedicionaria fondea el 5 de abril de 1815 en Carúpano (Venezuela), donde se encuentra el general Tomás Morales y de inmediato Pablo Morillo realiza el primer consejo de guerra realista, escucha testimonios y versiones sobre la real situación y la manera como se desarrolla la guerra a muerte que Simón Bolívar, ha declarado a la corona.  También se entera que la isla Margarita está en manos de Juan  Bautista Arismendi, quien cuando era comandante de la plaza de Caracas por ausencia del General José Félix Rivas, dio cumplimiento a la orden de Bolívar de ejecutar, a los ochocientos españoles canarios presos en las cárceles de aquella ciudad. Arismendi, que dudaba que los españoles pertenecieran a la raza humana, se solazaba de haber ejecutado 'ochocientos chapetones"

En la nota en que da parte al Libertador de aquella bárbara ejecución, dice: “Muy probable es que este fusilamiento sirva de escarmiento a los tiranos y paren en su carrera de exterminio; en cuanto a mí, cualquiera que sea el fallo con que me cobije la historia por este hecho, solo sé que he cumplido con un deber, obedeciendo a la disciplina militar y sirviendo a las necesidades de la Patria, que de vez en cuando impone a los hombres, por mas sensible que tengan la conciencia, esta especie de sacrificios.” El margariteño no tenia horror por la sangre, ni se paraba ante nada tratándose de servir a la causa de sus convicciones.

Pero si entre los patriotas había gente violenta como Juan Bautista Arismendi, Hermógenes Maza y Leonardo Infante, entre otros, el furor español tampoco tuvo límites; baste citar a Monteverde, Zuazola, Rosete, Calzada, Tizcar, Tacon, Sámano, Enrile, Boves, Morales, De la Hoz, Urreistieta y al mismo Pablo Morillo, igualmente crueles o más desalmados que los patriotas.  Pasar a cuchillo a los prisioneros hechos en una batalla, era para aquellos hombres feroces una cosa corriente. Tomar a sangre y fuego las poblaciones que juzgaban enemigas, repartiendo la muerte, sin respetar niños, mujeres o ancianos, era para los representantes de Fernando VII una acción heroica que merecía los honores de la apoteosis. Cuando Zuazola desolló en las pampas de Urica a cincuenta prisioneros y cortó las orejas a más de doscientas personas pacíficas, para escarnio de los enemigos del Rey, según su propia expresión, Monteverde lo ascendió de Teniente-Coronel a Coronel efectivo.  

Para terminar esta cruda pero necesaria reseña sobre la crueldad que fue constante en españoles y patriotas y que naturalmente afectó a la masa del pueblo aquejado por la revolución, donde muchos no tomaron partido, se hace necesario agregar los inmensos recursos de todo género invertidos para mantener la lucha hasta inclinar la balanza del lado de la libertad.

Ante la situación que se vivía en la Isla Margarita con Arismendi, el general Morillo ordena a Tomás Morales desembarcar en la isla. Conocido el valor de los margariteños, Morales parte con dos divisiones, de tres mil soldados y al mismo tiempo el pacificador Morillo, por otro lado, se acerca a dicho lugar con sus doce mil hombres

En presencia de semejante expedición que el 7 de abril de 1815, desembarca por dos costados con alguna resistencia que es aplastada, Arismendi resuelve capitular el día 9, antes de ser atacado y logra tener con Morillo una conferencia en las playas de Pampatar. En la entrevista Arismendi como lo relataron varios testigos, se tendió a los pies del pacificador, le suplicó compasión y prometió, desde ese día, futura lealtad a la corona; así mismo convino en entregar las armas y hacer la paz. Ante este gesto, Morillo aceptó la rendición y se comprometió a que los margariteños serian indultados por su conducta pasada. 

Luego de este acuerdo, Morillo parte el 20 de abril hacia el continente, dejando una pequeña fuerza y nombra gobernador de la isla a Herraiz, pero éste, que era un español de buen corazón, fue al poco tiempo sustituido por don Joaquín Urreistieta, hombre avaro y cruel, cuyo primer paso fue apresar a Arismendi, quien teniendo conocimiento de lo que se tramaba, huyó a los montes con sus hijos, cayendo en poder de su perseguidor su esposa, Luisa Cáceres. Esta señora, a pesar de hallarse en estado de gravidez, fue flagelada y torturada porque no denunció el paradero de su marido. Tal hecho motivó a Arismendi a incumplir la promesa hecha a Pablo Morillo y a continuar la lucha al lado de Bolívar.

En efecto, dando rienda suelta a su furor, sale de su escondite con treinta hombres, y dirigiéndose al puerto de Juan Griego, ataca la guarnición que allí había, con ciento cincuenta hombres, los tomó prisioneros y los mandó degollar en el acto, luego marchó sin pérdida de tiempo sobre la Villa del Norte y sorprendió la guarnición de Casa Fuerte matando doscientos españoles. Para finales de octubre tenía más de mil quinientos soldados, armados de fusiles, lanzas, cuchillos y machetes. Con esta fuerza derrota a Urreistieta y es de nuevo el amo y señor de isla Margarita, donde espera órdenes de Bolívar.

 

TROPAS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA


General en jefe, Pablo Morillo

Jefe de Estado Mayor, Pascual Enrile


Fuerzas Terrestres 

Infantería

Extremadura (Mariano Ricafort)

León (Antonio Cano)

Castilla (Pascual Real)

Primero de Victoria (Miguel La Torre)

Barbastro (Juan Cini)

La Unión (Juan Francisco Mendibil)

Batallón de Cazadores

 

Caballería

Dragones de la Unión (Salvador Moxó)

Húsares de Fernando VII (Juan Bautista Pardo)

 

Artillería (Alejandro Carvía)

2 compañías de artillería de plaza

1 compañía de artificieros

1 escuadrón volante a caballo con 18 piezas

 

Ingenieros

1 batallón de 3 compañías de ingenieros

1 batallón de ingenieros (Eugenio Iraurgui)

Parque de artillería de sitio, 1 hospital estacional y 1 hospital ambulante

 

Total Ejército Expedicionario:     12.254 hombres


Fuerzas Navales

Jefe de la escuadra, almirante Pascual Enrile

San Pedro de Alcántara. Navío de 64 cañones, 11 oficiales y 560 marineros (Francisco Javier de Salazar)

Ifigenia. Fragata de 34 cañones, 308 marineros (Alejo Gutiérrez de Rubalcaba)

Diana. Fragata de 34 cañones, 311 marineros (José de Salas)

Diamante. Corbeta de 14 cañones, 114 marineros (Ramón Eulate)

Patriota. Goleta de 7 cañones, 58 marineros (Jacinto Marcaida)

Gaditana. Barca con un cañón de 12, 39 marineros (Juan Diéguez)

12 obuseras o faluchos cañoneros, 146 marineros

52 buques de transporte

 

Total Ejército Expedicionario:     12.254 hombres

                                               1.547 oficiales y marinos de guerra

 

Fuente: Pablo Morillo de Gonzalo M. Quintero Saravia- Editorial Planeta –Primera edición -2005

  

RECONQUISTA A SANGRE Y FUEGO

Estos hechos cambian la actitud de Pablo Morillo, para iniciar en tierra firme, la reconquista por medio de las armas. El conflicto que, en ese momento, se pudo resolver a favor de la corona tan solo con la ocupación militar, se intensificó y la política de perdones e indultos dejó de existir en la voluntad de los comandantes españoles. 

Morillo llega a Caracas el 11 de mayo donde encuentra cálido recibimiento y le aclaman con salvas, fuegos artificiales, baile, música y banquetes. A principios de junio sale para Puerto Cabello, de allí pasa a Santa Marta donde organiza la toma de Cartagena, su primer objetivo para iniciar, desde allí, la invasión a la Nueva Granada. 

Cartagena, en ese momento, vive una situación que Franz-Kafka hubiera querido conocer para inspirarse como maestro del caos, perturbación, desconcierto y confusión. Cartagena se hallaba en plena guerra civil, sitiada por las tropas de Simón Bolívar, cuando llega la noticia de la proximidad de Pablo Morillo.  

El presidente sitiado del Estado Soberano de Cartagena Manuel del Castillo y Rada en pocas horas llega a un acuerdo con su sitiador, general Simón Bolívar, para organizar la defensa de la ciudad que, después de estos acontecimientos, se le llamaría la “ciudad heroica”. Los cartageneros, en este trágico acontecimiento, no lograron entender que, una mañana, Bolívar era su enemigo y, por la noche, aliado para luchar contra Morillo, cuyas tropas iniciaron el sitio en agosto 22, por mar y tierra, hasta diciembre 5, cuando los habitantes fueron derrotados por el hambre y las enfermedades.

Bolívar, días antes de la caída de Cartagena, aprovechando la oscuridad de la noche logra secretamente embarcarse en una goleta rumbo a Jamaica.  Castillo y Rada, Gutiérrez de Piñeres, García Toledo y demás dirigentes, caen en manos del pacificador, quien afirmó en una carta, comentando algunas incidencias de su ingreso a la ciudad:   “fue el día más doloroso de mi vida. Los pobres recostados contra las paredes se estaban muriendo de hambre y sed y los malvados que mandaban conservaban los víveres; daban cuero de ración al soldado y nada a los desgraciados habitantes”. Los dirigentes, escondidos en un convento, fueron detenidos, sus bienes confiscados y fusilados por la espalda el 24 de febrero de 1816. 

Sometida Cartagena, Pablo Morillo con sus fuerzas realistas sale para Santa Fe, habiendo fusilado criollos en Mompox, Ocaña, Bucaramanga y Socorro. El 26 de abril arriba a Zipaquirá, mientras en la capital le preparan un apoteósico recibimiento y sus dirigentes tratan de alterar el Acta del 20 de Julio, sugiriendo incluir una frase que dijese “adhesión al consejo de regencia”, cambiando de esta manera el Acta de la Independencia, por un “Acta de Adhesión”, para hacer menos drástica la retaliación realista.

 

"PATRIOTISMO" MENGUADO

Conociendo la actitud del pacificador, con los cabecillas criollos, en las ciudades ocupadas, Camilo Torres, Frutos Gutiérrez, Acevedo y Gómez y otros salen presurosos de Santa Fe. Treinta arcos triunfales, arreglos florales en los balcones con banderas españolas, cabalgata, banquete, discursos y versos no cumplieron su cometido; Pablo Morillo llegó de incógnito, en horas de la noche, el 26 de mayo y no saludó a nadie. Cuando una comisión fue a darle la bienvenida, la respuesta fue la siguiente: “Señores: no extrañen ustedes mi proceder. Un general español no puede asociarse a la alegría, fingida o verdadera, de una capital en cuyas calles temía yo que resbalase mi caballo en la sangre, fresca aún, de los soldados de su majestad, que en ella hace pocos días cayeron a impulsos del plomo traidor de los insurgentes, parapetados en vuestras casas”. Con esa respuesta, la suerte de los revolucionarios granadinos estaba echada.

La represión se inicia desde el primer día con la implantación de tres tribunales denominados: guerra, purificación y secuestros, que sirvieron para atraer soplones, juzgar a los traidores y obtener recursos para la corona. Todo fue muy rápido, cinco días después sesionó el primer consejo de guerra que juzgó a Antonio Villavicencio, quien luego de escuchar la sentencia, fue llevado a San Victorino y fusilado por la espalda.  Los días siguientes fueron juzgados, sentenciados y fusilados la mayoría de los criollos vinculados con el 20 de julio, tanto centralistas como federalistas. Camilo Torres, Custodio García Rovira, Manuel Bernardo Álvarez, Joaquín Camacho, Antonio Baraya, Jorge Tadeo Lozano, Rodríguez Torices, José Gregorio Gutiérrez, José María Carbonell, José Ramón Leyva, Carlos Montufar, Policarpa Salabarrieta, Alejo Sabaraín, Antonio J. Vélez y Francisco José de Caldas, son los más notables y destacados, entre la larga lista de fusilados, que cobró la reconquista para restablecer el dominio español.       

Quedaron para la posteridad varios testimonios escritos por nuestros distinguidos próceres donde expresan sus sentimientos “revolucionarios” por haber participado en el movimiento de independencia, cuyos párrafos más representativos se transcriben a continuación:

“Influya y coopere cuando esté de su parte en que se verifique en la posible brevedad la propuesta de armisticio… Remueva cualquier obstáculo que por razón de nuestras antiguas desavenencias domésticas se pudiera oponer, pues estas se deben olvidar tratándose de un asunto que interesa la salud de la Nueva Granada”.

Escribía Antonio Nariño, a su tío el presidente del Estado Soberano de Cundinamarca Manuel Bernardo Álvarez-

“… Es preciso que trabajes con todos nuestro amigos para que dispongan los ánimos en mi favor. Tú y ellos conocéis mis intenciones y sabéis cuál ha sido mi conducta. A nadie le he hecho mal, y antes sí todo el bien posible, como lo depondrán muchos, aunque en los gobiernos es tan fácil adquirirse enemigos. Los míos han sido forzados, pues siempre he detestado mandos, como tú no lo ignoras y es público en Santa Fe. En fin, yo responderé a los cargos que se me haga, Dios mediante, en quien espero que ha de favorecer mis intenciones”.

Escribió Camilo Torres a su esposa el 20 de agosto de 1816, regresando a Bogotá encadenado, luego de ser detenido en Buenaventura en el momento que iba abordar un buque para viajar a Chile. 

“Señor, socorra V. E. a un desgraciado que está penetrado del más vivo arrepentimiento de haber tomado una parte en esta abominable revolución. Señor, yo conozco la parte más sublime del pilotaje y en el primer viaje habrá V. E. formado un piloto que pueda servir a su majestad con utilidad. Tenga V. E. piedad de mi desgraciada familia y sálveme por el rey y por su honor. Dios nuestro Señor guarde a V. E. muchos años. Mesa de Juan Díaz y octubre 22 de 1816.  Del señor Francisco José de Caldas al excelentísimo señor don Pascual de Enrile”.

 

“…he tenido a bien comisionarles para que pasando sin pérdida de momento al punto que estimen más oportuno ajusten y concluyan con el señor general de las fuerzas de S. M. Católica una transacción que asegure a estos pueblos la paz y a todos sus individuos una absoluta garantía de vidas, haciendas y propiedades, único medio para que dicha paz sea duradera, como lo exigen igualmente la religión y la verdadera política”.

Escribió José Fernández Madrid, Presidente de las Provincias Unidas al procurador general Ignacio Herrera, el 2 de mayo de 1816 

“Aquí permanecerá hasta que pueda conseguir un indulto de nuestro augusto soberano el señor don Fernando VII. Entre tanto mi conducta será la más fiel a S. M., como lo justificaré llegado el caso, pues ha mucho tiempo que detesto cualquier idea revolucionaria y solo deseo vivir tranquilamente en el seno de mi familia”.

Escribió José Manuel Restrepo desde Kingston al gobernador español en Antioquia.  

PRIMERA TREGUA Y DESPEJE

Seis años más tarde, el 27 de noviembre de 1821, Simón Bolívar y Pablo Morillo, se reúnen en la población de Santa Ana localizada en Venezuela, después de firmar los Tratados de Trujillo para regularizar la guerra, se abrazan y brindan a la salud “de los que han muerto gloriosamente en defensa de su patria o de su gobierno… A los heridos de ambos ejércitos que han manifestado su intrepidez, su dignidad y su carácter”. Esta también fue en nuestra historia, la primera tregua y Santa Ana, el primer territorio donde se realizó un “despeje”. 

 

Luego de otros hechos, de más sangre y tragedia, la guerra continuó en otros escenarios hasta que la independencia llegó. Pero mirando hacia atrás, la intervención de las tropas de Pablo Morillo en las colonias americanas, se debe recordar por las doscientas mil vidas que costó en los campos de batalla, en los patíbulos y en las prisiones. En cuanto a las acciones militares, para conseguir la libertad fueron necesarias más de novecientas setenta batallas en las Capitanías de Venezuela, Nueva Granada, Quito, Alto y Bajo Perú, desde 1815, hasta que el territorio quedó bajo el gobierno político de los americanos libres.

 

Los odios y resentimientos entre los mismos patriotas duran muchos años, de pronto hasta la muerte. En 1854 en Santa Fe de Antioquia le ofrecen al anciano general y ex presidente Tomás Cipriano de Mosquera un homenaje, al cual invitan a Faustino Martínez, quien sirvió a Pablo Morillo como auditor. Mosquera al verlo le pregunta: -Si en el tiempo de guerra usted me hubiera atrapado, ¿qué habría hecho conmigo?

“Lo habría fusilado en el acto” le respondió Martínez.  –Yo habría hecho igual cosa con usted… -remató el General.

 

Aquí termina una etapa de nuestra Historia que se inició en 1729. La mayoría de los protagonistas tuvieron cita con la muerte en el patíbulo. Otros como Antonio Nariño vivieron amargados toda la vida sin resolver su problema ante españoles y criollos, y en el caso del precursor, hasta después de muerto su cadáver padeció, cuando el Padre Francisco Javier Guerra, encargado de oficiar sus funerales, notificó a la familia que: “de hacer yo el elogio que me había propuesto del general Antonio Nariño, me van a resultar gravísimos daños en mi carrera y sin disputa lo padecerá hasta mi cuerpo”.

 

Para concluir y sin negar el heroísmo de los revolucionarios criollos, este no fue suficiente para lograr la independencia, sin la inteligencia, organización y esfuerzo de los militares patriotas que como Bolívar, Córdova, Santander, Girardot, Ricaurte, Maza y muchos otros, lograron avanzar con sus fuerzas, derrotar al enemigo, mantener el terreno y establecer un gobierno criollo. Pero el punto final, lo puso el 26 de enero de 1824, el rey Fernando VII, firmando el decreto 53, que notificó a sus virreyes, capitanes generales, gobernadores e intendentes de ambas Américas y sus islas adyacentes que cesen su autoridad y se retiren inmediatamente a la península.

 

Escribir historia es, como lo señaló en una ocasión Goethe, “una forma de deshacerse de la carga narcisista del pasado… escribir historia nos libera de la historia.”

 

Mil gracias. 


Bibliografía: 

Gutiérrez, José Fulgencio. Galán y los Comuneros, Bucaramanga, Imp del Departamento, 1939  

Pérez Ayala, José María. Antonio Caballero y Góngora Virrey y Arzobispo de Santa Fe, Bogotá, Imp. Municipal, 1951 

Hernández de Alba, Guillermo. El Proceso de Nariño a la Luz de los Documentos Inéditos, Bogotá, Editorial ABC, 1958 

Lozano y Lozano Fabio. Jorge Tadeo Lozano, Boletín de Historia y Antigüedades Nos 119 y 120.

Gómez, Laureano. Una Cultura Conquistadora, Discurso pronunciado en el Congreso Javeriano, Bogotá, 1950

Posada, Eduardo. El 20 de Julio, Biblioteca de Historia Nacional Vol XIII

Ortega Ricaurte, Enrique. Cabildos de Santa Fe, publicaciones del Archivo Nacional de Colombia, Vol XXVII, Imp Nacional, Bogotá

Olivos L., Andrés. 20 de Julio: coyuntura revolucionaria y revuelta popular (1808-1810), Editorial Panamericana, Bogotá, 1999 

Díaz, Oswaldo. La Reconquista Española, Academia Colombiana de Historia, Historia Extensa de Colombia, Vol VI, tomo I, Ediciones Lerner, Bogotá, 1964

Quintero Saravia, Gonzalo. Pablo Morillo, General de dos mundos, Editorial Planeta, 2005, Bogotá


A los marinos de Colombia se dedican estos trabajos de investigación.  Los PAÑOLES DE LA HISTORIA, son un  homenaje al pasado que como el mar, es infinito e inescrutable, pretendiendo rememorar la historia, convirtiendo la pluma en espada, los argumentos en un cañón y la verdad en un acorazado.


NOTA: Por favor envíe sus comentarios sobre este artículo a lacorredera38@nikimicolombia.com